El vestido nuevo, las ganas, aquellas sandalias de esparto que compré en nuestro viaje a Venecia…
Iba tirando cosas sobre la cama. Midiendo espacios. Doblando bragas.
Los vaqueros esperaban el veredicto sobre la almohada, los recuerdos se encerraban entre tú y yo, sin decir nada.
Las caricias, el neceser, cuatro miradas.
Las canas deshacen rizos y te acorralan.
Te encuentran…, sentada en una maleta para aplastarla,
palpando en el corazón para cerrarla.
El rugir de la edad, diente de león, flores de pascua.
Esa olla a presión que nunca estalla,
larga es la cremallera que nos amarga.
Las arrugas, el mar, ojos con brillo.
Vicios en un ascensor, bebés que lloran.
Vísceras de un amor que nos embarga; mueren en el corazón, fieles a nada.
Enfrente los mismos miedos, las mismas balas.
La tensión, a punto de romperse en un abrazo: el amor, el dolor, el fuego y la calma, la cabeza y el alma.
Suspirar. Olvidar. Contener. Alejar.
Marear la alianza.
Al final, la maleta otra vez, sobre la cama:
El vestido sucio, sin ganas, aquellas alpargatas de loneta azul que compré enfurruñada: una tarde de mucho calor, por Malasaña.