Atardecer en el Serengueti, recoger conchas en una playa de Murcia, comer pistachos en Estambul.
Planear un Camino de Santiago con amigas, un viaje nosotros solos, un otoño junto a ti.
Sonreír a los niños en Camboya. Perderse con el mapa en la mano. Subirse a una moto en Hanói.
Escribir mientras se acaba la ficha de la lavadora, llorar porque se han muerto los tomates, amanecer en el aeropuerto de Berlín.
Encontrar: una esquina sin dueño, una piedra preciosa, un lugar junto a ti.
Apagar la cabeza un buen rato y el móvil durante horas; soplar sin suerte un diente de león.
Escuchar los acordes de una guitarra sumergida en el metro. Observar los gestos de un mimo, paseando por París.
Admirar la astucia de un malabarista rodeado de coches en el centro de Madrid.
Darse un baño en el Mediterráneo, una noche sin luz.
La ilusión de un cine de verano. Comer en un puesto en la calle. Acampar junto a ti.
Un bebé que gatea por una playa desierta; otro que se come la arena a puñaos.
El parpadeo naranja de una vela en el suelo, una manta revuelta, un monje que se sienta a tu lado: un brindis con café.
Aviones que suben y bajan, trenes que cargan gallinas; coches de bambú.
La luna que mengua y que crece, el amor muchas veces escuece.
Viajar; pero siempre a tu lado, pero siempre junto a ti.